lunes, 30 de diciembre de 2013

Superando límites

Ese fin de semana iba a ser especial. Mi Amo venía a visitarme, tenía por delante dos días enteros para disfrutar de él, de nosotros, de mi entrega y de todo lo que era capaz de ofrecerme cada vez que nos veíamos.

Curiosamente me había citado en un hotel. No quería pasar esos dos días en mi casa. Me dio una dirección y una hora a la que debía acudir. Sus instrucciones eran claras: te desplazarás hasta allí en transporte público, vestirás únicamente zapatos de tacón, liguero, medias y corsé, te colocarás las bolas vaginales y te cubrirás con la gabardina corta que te regalé. Melena al viento y maquillaje discreto. Cuando oí esas palabras un estremecimiento cruzó mi estómago. Aquella gabardina me iba ligeramente estrecha, sólo me cerraban sin problemas los botones centrales, mientras que de los inferiores y superiores algunos no llegaban a cerrar y otros lo hacían a duras penas, por lo que según que movimientos provocarían que se abrieran o, lo que era peor, que saltaran. No obstante no puse impedimento alguno. Últimamente me había mostrado demasiado rebelde e independiente y era consciente de que un acto más de insumisión me llevaría directamente a la libertad, cosa que de ningún modo deseaba, así que acaté su orden obediente.

Horas antes de nuestra cita ya estaba perfectamente vestida, si se le puede llamar vestida, depilada, maquillada y y con mi rubia melena rizada al viento. Practicando en casa, no dejaba de hacer exagerados movimientos para comprobar la capacidad de la gabardina para cubrir mi cuerpo y lo que podía apreciar era verdaderamente descorazonador. Si me sentaba, mis piernas quedaban absolutamente expuestas hasta verse el borde de las medias. Si permanecía de pie se ajustaba a mi cuerpo como una segunda piel, marcando mis curvas y mostrando mi escote y mis pechos levantados hasta el límite por el corsé. Al caminar, la abertura inferior hacía que la tela volara y en según qué gesto incluso podían apreciarse trazos de mi coño. 

Imposible, imposible, no puedo salir así a la calle y menos subir al metro en hora punta! Pero al instante recordaba mi actitud de días precedentes y sabía que no podía dejar de hacerlo. El era muy capaz de seguirme desde mi casa para comprobar si había cumplido sus órdenes, además, quería demostrarle que mi entrega era total, que sólo factores externos habían sido los responsables de mi cambio de actitud, que quería seguir siendo suya y serlo para siempre… y haría lo que fuera para convencerle de ello.

Sin darme apenas cuenta, perdida en mis pensamientos, llegó la hora de salir de casa. Decidí no darle más vueltas, respiré hondo y me dirigí al ascensor. Nada más llegar a la calle me dí cuenta de que realmente mi aspecto era aún más escandaloso de lo que había imaginado. Los hombres me miraban con deseo, las mujeres…. bueno, ya se sabe como somos, algunas con desprecio y otras con admiración. Caminé a paso rápido hasta la boca de metro más cercana y…. ups, escaleras!. No había pensado en ellas. Empecé a descender justo en el momento en que una avalancha de personas aparecieron de la nada y empezaron su ascenso. No podía detenerme, tenía que seguir bajando, a pesar de que las miradas la gente me decían que estaban viendo mucho más de lo que a mí me gustaría. Algunos de ellos ralentizaban su paso para disfrutar más cómodamente de la vista mientras yo, azorada, evitaba cruzarme con sus ojos y bajaba todo lo rápido que me permitían los tacones hasta acceder al andén.

Cuando por fin llegué a éste, mi coño ya estaba empapado. La sensación de ser observada, las bolas, la excitación que me provocaba saber que iba a ver a mi Amo y la tensión de desconocer lo que me esperaba, era demasiado para mí y ahí, justo en ese momento, fue cuando decidí dejarme llevar y disfrutar del momento. 

Me senté en un banco a esperar el convoy y crucé las piernas. Empecé a frotarlas entre ellas, a manejar las bolas con mis músculos vaginales. Cada vez estaba más excitada, no creía que fuera capaz de contener un orgasmo, pero me parecía mentira estar a punto de correrme en un andén del metro. Mi respiración se aceleraba, mis pechos oprimidos por el corsé subían y bajaban asomando por el escote de la gabardina, mis mejillas arreboladas denotaban lo que estaba pasando en mi cuerpo, mis ojos brillantes de deseo, desprendía todo ello una seducción que ninguno de los que pasaban por mi lado podían dejar de notar. En ese momento podrían haberme follado todos los hombres que había en los alrededores y no habría puesto impedimento alguno. Imaginando la escena de ser ofrecida por mi Amo a todos aquellos trabajadores que regresaban a su casa después de un agotador día. Imaginando el orgullo que representaría para él que su perra fuera follada, tocada, urgada, manoseada, sobada y usada. Imaginando su sonrisa de satisfacción y orgullo, y siendo consciente del punto hasta el que era capaz de llegar por él, conteniendo mis gemidos y temblores, tuve mi orgasmo justo en el momento en que el primer vagón llegaba a la estación.

Subí y recorrí el trayecto disfrutando de las miradas que me brindaban, pero inmersa en mis pensamientos, en mi Amo y en nuestro fin de semana.

Media hora más tarde estaba ante la puerta del hotel. Mi corazón se aceleraba por momentos, llevaba semanas sin verle y necesitaba su presencia, sus caricias, sus miradas mucho más de lo que él podía creer y yo misma había imaginado.

Aceleré el paso hasta llegar a la habitación indicada. Retoqué mi maquillaje, intenté poner mis rizos en orden, respiré profundamente y llamé a la puerta. Su inconfundible voz me indicó que pasara y eso hice. La habitación estaba en penumbra, las persianas bajadas sólo dejaban pasar algunos rayos del suave sol crepuscular que rompían contra la moqueta, pero a pesar de la escasa luz podía verle. Estaba ahí, sentado en una butaca, sus ojos me miraban con esa ternura habitual. Su calurosa sonrisa me recibía dándome la bienvenida y yo… yo me sentía en el cielo.

Me detuve a unos pasos de él esperando instrucciones, momento que decidió prolongar observándome detenidamente. Después, convirtiendo su sonrisa cariñosa en un gesto burlón, se levantó, se dirigió al balcón frente al que yo estaba situada, subió la persiana y lo abrió de par en par. La calle donde estaba el hotel era estrecha, peatonal. Apenas unos metros nos separaban del edificio de enfrente, un inmueble de oficinas en el que aún había varias personas trabajando. Empecé a ponerme nerviosa, algo me decía que no iba a pasarlo bien y ciertamente no me equivocaba.

Regresó a su butaca y sin perder su sonrisa me ordenó quitarme la gabardina. Miré el balcón y busqué sus ojos implorante. No podía hacerlo allí, sin duda me verían desde el otro edificio, pero naturalmente eso él ya lo sabía. Entonces lo entendí todo. Desde el primer día la exhibición había sido uno de mis límites que yo misma siempre he querido superar. La lección de este fin de semana versaba sobre ese asunto. Desde el momento en que me dijo cómo debía vestirme para nuestra cita, estábamos trabajando ese límite, y esto acababa de empezar… bien, pues iba a sorprenderle, si creía que su perra se amilanaría por algo así estaba muy equivocado.

Tragué saliva y empecé a desabrochar los botones de la chaqueta. Despacio, muy despacio, mirando al suelo y con movimientos insinuantes, fui abriéndolos uno por uno. En ello estaba cuando el sonido imperativo de su voz invadió la estancia. No! No quiero que mires al suelo –continuó- si tan chula eres, levanta la mirada y observa la ventana que tienes delante. No quiero una perra avergonzada, tímida o temerosa, quiero a mi perra. A la perra orgullosa de serlo, a la perra que no baja los ojos, y esa perra disfruta exhibiéndose para orgullo de su Amo. Abróchate esos botones, acércate más al balcón y vuelve a empezar.

Así lo hice. Poco a poco fui desabrochando de nuevo los botones, mientras miraba indolente a la ventana que tenía delante, rogando que ninguno de aquellos oficinistas se percatara del espectáculo. Una vez desabrochada la gabardina le miré y El, con un gesto, me indicó que me la quitara. Despojada ya de ella, valiente y lanzada, dí una vuelta, de espaldas a El me incliné a tensar mis medias, mostrándole (a El y a todo el que quisiera verlo) mi culo en todo su esplendor. Transcurridos unos segundos, me incorporé y de nuevo me situé de cara a él, con una sonrisa triunfante en el rostro y mi mirada más retadora directa a sus ojos. Hizo ademán de que me acercara. Cuando ya estaba frente a él y junto al balcón, temblorosa y caliente, cogió mis manos e hizo que me arrodillara. Acarició mi cabeza y, sonriendo, exclamó: ésa es mi perra… veremos si sigues tan valiente dentro de un rato.

Toda la tranquilidad que me dio su caricia, me la quitó su intrigante frase, momento en que me dí cuenta de que tenía la boca absolutamente seca. Los nervios, el calor, la tensión vivida en la última hora estaban causando mella. Necesito beber algo, le dije, te importa?

- En absoluto, querida, de hecho ya te tenía preparada tu copa y señalando a un rincón me mostró mi bebedero…

Vaya! Hoy vamos de romper límites, pensé. Otro de ellos. Jamás nadie ha conseguido que bebiera de un cuenco en el suelo y no será hoy el día que lo haga. Le miré insolente, cosa que él esperaba, y negué con la cabeza. 

- Bien cariño, eso es que no tienes sed, ya llegará.

Cuánto odio esa sonrisa cínica, pero ve esperando -pensé-.

- Así que mi perrita no coge las cosas del suelo, vamos a comprobar eso.

Y sacando una bolsa empezó a vaciarla sobre la moqueta. Decenas de monedas cayeron al suelo en silencio, repartidas por toda la habitación. Acto seguido, llamó a recepción y pidió un tentempié, informando que lo pagaríamos al momento. Era sencillo, dos ensaladas, dos sandwitches, “una” bebida y algo de fruta. Cuando colgó el teléfono, pausadamente, me dijo:

- Pienso pagar con esas monedas, de modo que tendrás que recogerlas antes de que suba el camarero y no creo que tarde. Naturalmente lo harás en tu condición de perra y las perras no tienen manitas.

No me podía creer lo que estaba escuchando, pretendía que cogiera esas monedas con la boca??? Pero no tuve que preguntar, su irónica mirada y aquella sonrisa bailando en sus labios me lo dijeron todo.

- Es un límite coger cosas con la boca?- No, mi Amo, no lo es- Bien, pues no acepto un no. Yo de tí no perdería tiempo, hazme caso.

Acto seguido me puse a cuatro patas y empecé a recoger monedas. El muy cabrón las había lanzado de todos los tamaños, tanto que tenía que usar mi lengua para alcanzar las más pequeñas. Las lágrimas inundaban mis mejillas, aquello era mucho peor que beber de un cuenco y él lo tenía absolutamente calculado. La situación era totalmente humillante, cuando inclinaba mi cabeza para coger una moneda, mi culo se elevaba ofreciéndole una vista total de mi coño (ya empapado de nuevo). Mientras recogía las putas monedas pensaba en el espectáculo que le estaba dando, en el escozor de mis rodillas al frotarse contra la alfombra y en todo lo que era capaz de llegar a hacer por él, cuando de repente unos golpes discretos detuvieron mis elucubraciones.

Dios, el camarero! Dando una rápida ojeada al suelo ví que aún quedaban muchas monedas por recoger. Me quedé quieta, bloqueada, sin saber qué hacer. Su sonrisa se convirtió en una carcajada. Cogió la bolsa y abrió la puerta. El camarero entró con la bandeja, él le preguntó el precio de la consumición y se dispuso a pagar, pero, naturalmente y como era de esperar, en la bolsa no había suficiente dinero. Fue hasta su bolsa de viaje, de espaldas a mí sacó un puñado de monedas más y despidió al hombre que no entendía muy bien qué demonios hacía aquella mujer en liguero y corsé arrodillada en el suelo entre un montón de dinero en calderilla.

- Bien peque, bien. Como has podido comprobar no tenía suficiente efectivo para pagar y eso ha sido por tu culpa. Te imaginas que no hubiera llevado más dinero y hubiera tenido que agacharme a recogerlo del suelo? Esa es la imagen que debe dar un caballero Dominante? Es la imagen que quieres ver de tu Dominante?- No, mi Amo, respondí avergonzada.- Bien, he tenido que coger 18 monedas de mi bolsa, y naturalmente me las voy a cobrar. Te parece justo?

Por supuesto, respondí al momento, y me dispuse a colocarme de nuevo a cuatro patas para recoger aquellas 18 monedas y las que fueran necesarias, sintiéndome fatal por haberle fallado y no haber sido capaz de atender su petición.

- No, querida niña, voy a cobrármelas de otro modo, al mismo tiempo que te castigo por tu desidia.

Se acercó a mí, me ayudó a levantarme y me acompañó hasta la butaca que minutos antes estaba ocupando. La movió ligeramente para colocarla justo frente a aquel odioso balcón, momento en que me distraje observando que ya se había hecho de noche, pero en aquella oficina aún había gente trabajando.

- Arrodíllate en el asiento, mirando hacia la calle.- No, por favor, mi Amo.- No crees que mereces ser castigada?- Sí, merezco serlo, pero así no, por favor.- Estamos ante un límite a superar?- Sí, mi Amo- Vas a decir tu palabra de seguridad?- Por supuesto que no, mi Amo- Bien, entonces arrodíllate en el asiento.

Me arrodillé en aquella maldita butaca, ofreciéndole de nuevo una perfecta panorámica de mi culo y mi coño, del que ya no podían fluir más líquidos, e incliné la cabeza sobre el respaldo.

- No, peque. Te recuerdo que mi perra no agacha la cabeza… mirando al frente!

En ese preciso momento escuché el sonido de una vara rompiendo el aire…

- No, por favor.- No? En algún momento voy a conseguir borrar la palabra “no” de tu insumiso vocabulario? Recuerdas tu palabra de seguridad, perra?- Sí, mi Amo. Azul.- Bien, si no escucho tu palabra de seguridad no quiero escuchar una negativa, una queja, una súplica, un lamento. Se han acabado las tonterías, te he mimado y malcriado demasiado pero eso se terminó. Ahora sólo tendrás mimos cuando yo crea que te los has ganado. Está claro?- Sí, mi Amo.- Bien, pues no quiero escucharte más. Cuenta los azotes. Sólo me debes dieciocho (sólo, dice!) y no quiero cobrarme de más.

Y uno tras otro los golpes empezaron a caer en mi trasero. Al principio ligeramente suaves, después incrementando su intensidad hasta que llegaron a ser insoportables, y sólo llevábamos diez. De vez en cuando se detenía para acariciar las líneas que iban apareciendo en mi piel, si bajaba la cabeza me asía del pelo para levantarla, y de nuevo me golpeaba con las fuerzas renovadas.

Las lágrimas pugnaban por salir de mis ojos, me dolían los labios de mordérmelos… 15, 16, 17 y por fin 18. 

Mi Amo besó mis nalgas, me ayudó a incorporarme, besó mis ojos, bebió mis lágrimas, me acarició satisfecho.

- Te has portado muy bien, peque. Ahora te ducharé, te pondrás un precioso vestido y saldremos a cenar, no creerás que íbamos a cenar unos bocadillos? Quiero lucir orgulloso a la perra más bonita que se pueda tener.

Y cogiéndome de la cintura me empezó a guiar hacia el baño, aunque le sorprendí desasiéndome de su abrazo. Le miré a los ojos con todo el amor y la entrega que hacía nacer en mí, me arrodillé y, de nuevo a cuatro patas, gateé hacia el cuenco del rincón. Bebí un traguito de agua y me levanté sonriéndole triunfante dispuesta a disfrutar del resto del fin de semana, lo que le sacó una sonora carcajada…Nunca cambiarás, peque, chula hasta la muerte.

En algún momento ví que alguien se acercó a la ventana de aquella oficina, pero ni siquiera me importaba ya que me viera. Sólo me importaba que esos dos días no acabaran nunca y sobretodo me importaba que mi Amo se diera cuenta de que era suya, aun siendo conscientes ambos de que habría muchas más negativas, muchos más pucheros y muchos más ruegos, que unas veces serían concedidos y otras no, pero esa era nuestra lucha, nuestro reto y nuestro placer... Y así seguiría siendo porque así lo disfrutábamos.

Anastasia ©
02.03.2008

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