sábado, 4 de enero de 2014

Dolor

Hoy quería dedicarse a sus pechos, la había avisado, quería torturarlos, masacrarlos, quería hacerla llorar y gritar, necesitaba que suplicara, necesitaba verla sufrir y lo iba a tener, porque para eso estaba ella, para dárselo.

Ató sus manos uniéndolas por las muñecas y pasó la cuerda por la arandela del techo, hizo una polea, provocando que quedara casi de puntillas y ató el cabo al que unía las manos. Le gustaba verla así, tensa, totalmente expuesta para él. Su piel, brillante por el sudor, sus labios temblorosos, su mirada baja, esperando, siempre esperando.

Pasó un dedo por su espalda, sus costados, haciéndola vibrar y estremecerse. Acarició su rostro y fue descendiendo hasta sus pechos, despacio, sin prisas, provocando que ella cerrara los ojos para disfrutar más del contacto. La besó suavemente en los labios y cogió un pezón entre sus dedos. Empezó a acariciarlo, dejando que la perra se relajara y cuando menos lo esperaba empezó a presionar, apretaba la punta, donde sabía que más dolía, sus dedos estaban casi pegados con el pezón entre ellos, lo aplastaba, lo retorcía, ella boqueaba, mi Señor, se quejaba, suspiraba. Cogió el otro pezón y empezó a trabajarlo de la misma forma, los dos a la vez, los giraba, tiraba de ellos, alzaba los pechos, el dolor empezaba a ser intenso, muy intenso, por favor mi Señor...

Soltó uno y deslizó la mano hasta su coño, sonriendo al comprobar que ya estaba empapada, sacó los dedos mojados, brillantes, lame, cerda, lámete. La perra lamía con fruición sus manos, sus dedos, disfrutando de su sabor, mientras él seguía torturando y masacrando el pezón que aún tenía entre sus dedos. Lo soltó de repente y con las dos manos empezó a estrujar ambas tetas, apretaba, pellizcaba, las unía, las soltaba, las levantaba, las amasaba, a la vez que mordía y succionaba los pezones, sin dejarla respirar, sin detenerse, con crueldad, con fuerza, con deseo. Se puso tras ella y cogió nuevamente los pezones tirando hacia él, ella no podía seguir su fuerza por la atadura, por lo que debía soportar los tirones, parecía que se los fuera a arrancar, balbuceaba

Mi Señor por favor. Por favor qué, perra?Duele, Señor.Lo sé perra, es lo que deseo, algún problema?No, mi Señor, ninguno. Gracias por usarme.Qué esperas? Caricias? Estas son mis caricias. Besos? Estos son mis besos.

Soltó sus tetas y volvió a ponerse a su lado cogiendo dos pinzas de cocodrilo por el camino. Colocó la primera y la hizo gritar. 

Así, quéjate perra, quiero oirte.

Puso la segunda en el pezón derecho, el más sensible y la perra empezó a lloriquear.

Lloriqueas ya? pues no te queda nada, querida y soltando una carcajada la dejó allí sola unos minutos. Empezó a revolver en su bolsa y a sacar instrumentos despacio, dejándola que viera lo que sacaba y asumiera cada objeto. Finalmente optó por el gato y se dirigió de nuevo a su lado.

Empezó a azotar los pechos, primero suavemente, después con más intensidad, haciendo que se fuera acostumbrando al dolor poco a poco para ir subiendo la velocidad, la frecuencia y la fuerza de los golpes. Ella se movía, intentaba apartarse, pero sabía que era imposible, él daba donde quería dar, no había una zona de las tetas que ya no estuviera roja, Señor, por favor, suplicaba, se quejaba, pero él no se detuvo hasta que consideró que era suficiente.

Dejó el gato y volvió a pasar su mano por el coño de la perra, comprobando que seguía chorreando, gotas de sus flujos habían llegado incluso al suelo. Introdujo tres dedos en su vagina y empezó a follarla con ellos. 

Mmmmmh mi Señorrrrrr, la perra se contorsionaba, gemía, suplicaba, más Señor, por favor más, mi Señor no pare. Se lamía los labios, los mordía, los apretaba, y su mano seguía entrando y saliendo de aquel coño empapado, más Señor, por favor. Cuatro dedos ya llenaban su coño, la follaban, la rompían. Sus tetas bailaban, las pinzas mordían sus pezones, más, Señor, por favor.

De repente sacó los dedos. No voy a dejar que te corras, no todavía, aún queda lo mejor, le dijo cogiendo la vara.

Asustada le miró, mi Señor la vara no, por favor, la vara no.Mi perra, la vara sí...

Y nuevamente empezó a azotar sus enormes tetas, con la fuerza suficiente para que finas lineas fueran apareciendo en su delicada piel. La perra lloraba desconsolada, suplicaba, babeaba, su cara era un poema y él lo disfrutaba, su polla iba a reventar el pantalón, cada súplica de la zorra le provocaba una convulsión en su sexo. Mi Señor se lo ruego, por favor, es horrible, no puedo soportarlo, por favor, mi Señor, por favor...

Se detuvo y se puso ante ella, levantó su rostro y le obligó a mirarle a los ojos.

Quieres que pare, perra?Sí mi Señor, por favor, se lo suplico.Qué me das a cambio?Lo que quiera Señor, lo que usted decida, pero por favor detenga esta tortura.

Sonrió, eso era lo que quería oir. Se acercó a la mesa y cogió un cigarrillo, colocándolo entre los labios de la perra y encendiéndolo.

Ella poco a poco más tranquila, agradecida por el gesto, succionó el cigarro y respiró hondo el humo.

Qué me das a cambio, perra?Lo que quiera Señor, lo que diga, lo que disponga.Estás segura?Sí mi Señor, estoy segura. No puedo soportar esa vara, no quiero decepcionarle, pero no puedo soportarla. Le daré lo que me pida.

Le quitó el cigarrillo de los labios mientras tirando de una de las pinzas levantaba una de sus tetas. La miró fijamente y le dió una calada al cigarro. Fue en ese momento cuando ella comprendió lo que va a ocurrir pero no iba a negárselo, era suya y un trato es un trato. Su fija mirada llevaba un interrogante y ella, muerta de miedo pero entregada como nunca sólo podía responder de una forma a su pregunta silenciosa.

Adelante, mi Amo.

Introdujo nuevamente los dedos en su coño, sólo tuvo que trabajarlo un rato para tenerla a punto de correrse, Ella nuevamente gemía, se convulsionaba, suplicaba, por favor Señor, puedo? Puedo, mi Señor?. Sonrió, dió otra profunda calada al cigarrillo poniéndolo al rojo, levantó más el pecho de la perra y sin más dilación aplastó el cigarro en la parte inferior del seno justo en el momento que ella se corría, provocando un alarido de dolor que le dió ambién a él el mejor orgasmo de su vida sin tocarse siquiera.

La besó en los labios, la desató y la acompañó al sofá para empezar a hacerle las curas.

Gracias, fea.

Y, como siempre, esa frase bastó para hacer que todo tuviera sentido...

Anastasia
10.12.2013

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