miércoles, 1 de enero de 2014

Plenitud

El perro yacía agotado a los pies de su Ama. Su primera sesión había sido dura, no tanto como temía pero más de lo que esperaba. Su piel ardía atravesada por decenas de lineas finas y profundas. Sus pezones, sensibilizados e inflamados hasta el extremo, no podían ni rozarse sin provocar un estremecimiento. Sus brazos totalmente entumecidos por el tiempo que permanecieron atados, inmóviles. Sus genitales doloridos aun sentían el pellizco de las pinzas. Su boca seca de tragar saliva para contener la queja que a veces pugnaba por salir... Pero observando pensativo su reflejo en el cristal de la puerta que tenía delante, el perro no veía un gesto de dolor, sufrimiento o desdicha. Se sorprendió al darse cuenta de que en su rostro sólo se apreciaba plenitud, hasta se atrevería a describir aquello como la imagen de la felicidad. La sonrisa más alegre, los ojos más brillantes, la expresión más relajada que nunca se había visto, era tanto que casi ni se reconocía.En ese momento notó una suave caricia, casi imperceptible. Levantó la cabeza mirando a su Dueña agradecido, y más sorprendido aún que antes comprobó que la mirada de ella revelaba el mismo agradecimiento. Su sonrisa bailoteaba alegre en aquellos labios que tanto le hacían soñar. Su expresión tranquila y serena le recordaba a un mar en calma y sus ojos mostraban todo el orgullo que sentía dentro de sí... Y en ese preciso momento, no antes ni después, justo en ese instante, el perro supo que ya podía relajarse porque por fin, después de tanto tiempo, había llegado a casa...


Anastasia ©

03.04.2009

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