jueves, 8 de mayo de 2014

El castigo del silencio

Continuando con el tema del que hablaba ayer, creo que el silencio es incluso peor que la soledad, puedo estar sola pero si me acompaña algún sonido no resulta tan duro, en cambio si dejo de escuchar una voz que para mí es no ya importante, sino imprescindible y su silencio me envuelve, aunque esté acompañada me siento desamparada, como perdida en un agujero negro, sin saber a priori cómo llegué hasta ahí y deseando salir y volver a la normalidad.

El silencio de un Amo es el peor castigo que puede aplicar a su sumisa. Te sientes sola, desorientada, asustada. La primera sensación, y la más terrible, es que no sabes si te está castigando y como castigo tendrá una duración determinada o si, por el contrario, realmente le has ofendido tanto que te ha abandonado. Te invade el temor de no volver a escuchar su voz y eso te destruye. Después, por mera autoprotección, decides creer que te está dando un escarmiento, que volverá en algún momento y entonces te inunda el remordimiento por haber hecho algo mal, por merecer su ausencia. Más tarde el desconcierto se apodera de ti cuando te pones a pensar y descubres que no sabes cuánto durará ese silencio.

Son distintos sentimientos que vas experimentando a medida que transcurren las horas, los días. Durante el proceso pasas del estado histérico al llanto, del llanto a la indignación, de la indignación a la rabia, de la rabia a la tristeza, de la tristeza al malhumor, del malhumor a la impotencia y de ahí nuevamente al histerismo. Tu única salvación estriba en conocer a tu Amo. Cuando ha pasado el tiempo suficiente como para que puedas analizar la situación con frialdad, si le conoces de verdad, si sabes cómo se comporta, llegas a discernir que no tardará en volver y una vez te convences de esa certeza, es cuando empiezas a buscar tu error. 

Recuerdas conversaciones, reprimendas, rememoras cuántas veces te ha reprochado una actitud, cuántas te ha dicho no hagas eso o no te comportes así, cuántas te ha comentado sutilmente que no le gustaba que te relacionaras con alguien. Piensas en todas las ocasiones en que no has obedecido, que le has llevado la contraria, que has hecho caso omiso o que has buscado su enfado, retarle o sacarle de sus casillas. Poco a poco empiezas a entender por qué estás donde estás, asumes que son muchas las veces que has cometido el mismo error y calibras desesperadamente cuál fue el momento exacto en que le llevaste a decidir aplicar ese duro castigo. Llegas incluso a conmoverte, sabiendo que El lo pasa tan mal como tú, que quizás en ese momento sienta que no es un buen Amo, que ha fracasado en su intento de dominarte. 

Te destroza pensar que pueda sentirse frustrado, cuando la culpa es únicamente tuya, tuya y de tu rebeldía, tuya y de tu cabezonería, tuya y de tu maldita insumisión. Piensas que no es El, eres tú quien no sirve para esto. Llegas a la conclusión de que cualquier sumisa se sentiría orgullosa de pertenecer a un Dominante como El. Te cuida, te protege, te enseña, te guía, siempre de la mano, sin soltarte nunca, pero tú eres rabiosa, caprichosa, egoísta, siempre quieres más, siempre quieres pasar por encima y ahora tienes lo que te mereces. En realidad, decides, lo que mereces es que no vuelva nunca, aunque necesitas hablar con El una vez más, sólo una vez más, para decirle lo mucho que lo sientes, para hacerle entender que el error no es suyo, que no eres digna de alguien como El, que no crees merecer ni siquiera otra oportunidad...

Y cuando ya tienes eso clarísimo, suena el teléfono o se enciende una luz en la pantalla y tu Amo te pregunta ¿cómo estás? Y se abre el cielo, y das gracias a todos los dioses porque El ha vuelto, y te olvidas de todas tus promesas porque El ocupa todos tus pensamientos. Su imagen, su voz cálida te llenan, y rompes a llorar y le explicas cuánto le has echado de menos y le aseguras que nunca volverás a hacer algo así y le suplicas que vaya a verte y que te abrace y que no deje de ser tu Amo, y le juras que todo va a cambiar, que vas a ser la mejor sumisa del mundo por y para El... y El te tranquiliza condescendiente sabiendo que no será así, que nada cambiará pero, aunque no te lo dirá, eso no le importa porque te escogió a ti tal y como eres, y te sonríe, y el sol vuelve a brillar, y tú vuelves a respirar....

Anastasia ©


1 comentario:

  1. Oh me identifique totalmente con tu artículo. A veces hacemos cosas que decepcionan a nuestro Amo y a nosotras mismas. Que gran razón tienes

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